Ana María Matute en el día de ayer se hizo con el público debido a los tiernos retazos de parte de su autobiografía relatada en el discurso de la ceremonia de entrega del premio Cervantes 2010. “El que no inventa, no vive”, fue la frase de la escritora que quedará en mi recuerdo.
La escritora española agradeció el Premio Cervantes con un discurso que resultó ser un encendido elogio a la imaginación y el mundo infantil. Hacía años que en esta entrega no se había escuchado unas frases más sencillas, más auténticas y más conmovedoras sobre el indescriptible disfrute que representa el oficio de inventar escribiendo. Y nunca con la cadencia y con las palabras que solo una persona de cuento podría emplear hasta conseguir detener el tiempo en unos instantes mágicos.
La prensa aguardaba desde hacía muchos años un día como el de ayer. La prueba estuvo en que se comenta que se acreditaron más informadores que nunca. Había sido candidata durante varios años al citado premio, con más de sesenta años de carrera literaria a sus espaldas, a la que se ha consagrado con “voluntad y amor”. Ana María Matute no quería que se le escapara ningún detalle de su gran día. “Lo disfrutaré cuando acabe todo, porque todas las cosas buenas que me han pasado las guardo en mi cabeza, como una película, y las recuerdo luego”, explicó poco antes de apostarse en la puerta del Paraninfo para recibir a los Reyes. Dentro aguardaban profesores, académicos, concejales, algunos familiares, amigos íntimos y compañeros escritores. Sentada en su silla de ruedas, frente a una mesita tapizada de rojo, la galardonada acaparó el protagonismo absoluto cuando, después de recoger su medalla acreditativa del premio de manos del rey, comenzó a leer con dulce voz de hada el cuento de su vida.
La escritora comenzó recordando al poeta chileno Gonzalo Rojas, el Cervantes 2003 fallecido el pasado lunes-valga desde aquí también nuestro sentido recuerdo-, “y a todos los escritores que ya nos dejaron”.
A continuación pasó a narrar como se inició su “sueño” de ser escritora cuando oyó por vez primera la mágica frase: ‘Érase una vez...”. Sólo citó a Cervantes en una vaga alusión al decir que “el que no ama está muerto”; la autora defendió que “el que no inventa no ama”. Y con ese convencimiento, que a lo largo de la vida ha sido “faro salvador” de “abundantes tempestades” y “muchas de mis tormentas”, se remontó al principio del principio, a un tiempo de “mujeres recortadas” en los que se abrazó a la pasión por inventar. Fue entonces cuando supo que los bombardeos de la guerra civil que le borraron la tartamudez y las colas para comprar pan y patatas que la convirtieron en una niña asombrada, no serían los únicos tormentos de su vida, porque en la literatura también se entra “con dolor y lágrimas”. Aun así, se reafirmó en su vocación de ser una “fabricante de inventos y de sueños” y en defender el cuento como el mejor pasaporte para vivir y hacer vivir la fantasía, sin censuras ni mutilaciones, como denunció que aún se sigue haciendo, “imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota”.
La sabiduría para fundir el realismo más duro con el lirismo y la fabulación más desbordantes fueron señalados precisamente por el rey y la ministra de Cultura en sus discursos. Así, el monarca citó su deslumbrante universo imaginativo y el inconfundible sello cervantino de Ana María Matute; mientras la ministra destacó que "la levedad, la ligereza deseadas como contrapeso a la privación sufrida en el día a día, hacen del narrar el primer recurso para abandonar la barbarie”, como primera enseñanza de la premiada.
Ésta acabó con los ojos humedecidos en lágrimas cuando el auditorio recibió con un largo aplauso el final de su discurso, que terminó con un emocionante salto en el tiempo: evocó la “chispita azul” que, de niña, “me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era”; y rogó a al público que compartieran su alegría y que se tomaran muy en serio todas las historias y criaturas que ha creado durante todos estos años: “Por favor, créanselas porque me las he inventado”.
Acabo esta crónica con una canción dedicada a los seres que, como Ana María Matute, a lo largo de su vida llevan por bandera la palabra honestidad.
BILLY JOEL: HONESTY
A unos días de haber dado cuerpo a esta crónica, la misma quedaría incompleta sin una pequeña semblanza al argentino Ernesto Sabato, gran escritor en lengua castellana fallecido el pasado sábado 30 de abril. En posesión también del Premio Cervantes en el año 1984 se ha despedido para irse al otro lado de "El túnel"-título de una de sus obras más importantes- a las puertas de cumplir los 100 años. En su juventud abandonó irrevocablemente la ciencia para dedicarse a la literatura y trascender las fronteras con su obra narrativa.“Yo creo que hay que escribir cuando no damos más, cuando nos desespera eso que tenemos adentro y no sabemos lo que es, cuando la existencia se nos hace insoportable”
Siempre te superas, Alicia...Esa canción, "Honesty", que buen broche a tan magnífica crónica. Nos has traído a una gran escritora, alguien que ha vivido las letras como pocos en tiempos siempre difíciles. Ana María Matute siempre ha estado ahí. Para chicos y grandes. Ella siempre será la niña que ha crecido con sus libros, aunque ahora solo pueda andar con sus textos.
ResponderEliminarGracias Emilio.
ResponderEliminarCreo que esta comunidad bloguera nuestra va encontrando su lugar y una de sus facetas acaso sea convertirse en memoria de los hechos que acontecen a los que dejan huella en nosotros. Qué mejor lugar para ello, una pista de nieve. Esto ha sido una chispa más del conjunto de luces que iluminan el sendero literario.
Respecto a la canción, te diré que se la regalé esta semana a otra persona por un cumple blogs. Sé que no le importará que la escuchemos también aquí. Es tan grandiosa como la palabra que evoca.
Un abrazo.
Me parece muy a cuento que nos traigas a esta gran escritora. Yo también escuché esa gran frase: "El que no inventa, no vive".
ResponderEliminarYo diría más: vivir sin inventar es como ser del Madrid o del Barça. Y que me perdonen los futboleros.
Un abrazo.
Yo nunca he creído en la máxima de que "todo está inventado", así que cuando oí la frase directamente me la quedé para nuestra colección. Intento mantener la capacidad de seguirme asombrando con mis ocurrencias y las de los demás.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me gusta esta crónica tuya, Alicia. Se parece mucho al alma de la protagonista, que es como tiene que ser un texto literario, lo más parecido a aquello a lo que rinde honores.
ResponderEliminarMe voy a tener que pasar más por esta bitácora, es todo un deleite.
Un abrazo.
Me agrada tu visita, Santiago. Agradezco que así lo hayas visto. Con tu lectura has llegado aún más lejos de lo que yo pretendía.
ResponderEliminarSantiago, eres parte de esta bitácora. Te esparamos hasta cuando quieras o puedas.
Un abrazo.
Acabo de aterrizar, amigos.
ResponderEliminarHe estado perdido por el valle de Arán donde el móvil me ha repetido infinidad de veces “No hay servicio”.
Mientras en Pirineos la nieve se deshace en este blog sigue -gracias- nevando.
Un abrazo.
Aster, en la blanca nieve se adivina aún mejor el moreno que curte tu rostro tras estos días.
ResponderEliminarBienvenido al mundanal ruido y con las pilas cargadas seguro que se afronta mejor el trayecto hasta el fin de curso.
Un abrazo.
“Yo creo que hay que escribir cuando no damos más, cuando nos desespera eso que tenemos adentro y no sabemos lo que es, cuando la existencia se nos hace insoportable”.
ResponderEliminarErnesto Sabato
No le pienso llevar la contraria a Ernesto Sabato. El que pensase así hizo que dejara unas obras de hondo trasfondo metafísico. Me permitiría añadir:
"Yo también creo que hay que escribir cuando queremos darlo todo, cuando nos arde eso que sabemos que tenemos adentro, cuando queremos que la existencia sea más soportable"
Alicia Uriarte
“ Y el llanto del rey cayó en el lago, y éste creció. Creció de tal forma que anegó la cuidad, el reino y el país entero, hasta más allá de las lindes donde Gudú había pisado. Y tanto él como su reino, como cuantos en el vivieron, desaparecieron en el olvido”
ResponderEliminarEste es el final de “Olvidado rey Gudú” , uno de los pocos libros que tengo guardado en una vitrina al abrigo del poso del tiempo. Realidad y leyenda se mezclan en esta obra maestra de Ana María Matute. Este libro escrito, o quizás más bien leído desde la nostalgia, hizo que me reencontrara con el reino perdido de la infancia y los personajes que una vez invadieron mis sueños.
Gracias, Alicia, por esta bella crónica de quién vive e inventa... en contra de lo que le ocurrió al rey Gudú, no quedará en el olvido.
Besos y un fuerte abrazo.
Me alegra mucho que existan bitácoras que, con los máximos seriedad, respeto y amor a las letras, hagan a la palabra escrita la justicia que ésta merece.
ResponderEliminarAgurrak desde mi Andalucía.
Mari Carmen, yo creo que de alguna manera casi siempre nos reencontramos en algún capítulo, frase o palabra de los libros que leemos y, en la mayoría de los casos, sin intención de buscarnos. Es curioso, esta tarde leyendo Shahmarán de Jon Arretxe-le prometí enviarle mi opinión y no he visto el momento- casi al principio de la novela, el protagonista coge por las alas a una mariposa y la mira. Ese gesto ya empezaba a hacer que me identificase con él. No te fastidia que va y con el cigarrillo que tenía en la otra mano le quema las antenas, luego las alas, luego … Ahí he sido consciente de que se me había olvidado que era una novela de género negro. Volviendo al tema, creo que una obra de Ana María Matute no es mal lugar para reencontrarse con los sueños de la niñez perdida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Wundemar, primeramente bienvenido al blog. Ya te hice una visita rápida. Me agradó la música que sono a mi llegada. La próxima vez dejaré huella.
ResponderEliminarEn nombre de todos los componentes de La nieve te agradezco la valoración que haces sobre los copos de nieve que en forma de palabras hemos ido depositando en el mismo. Creo que no concebimos nuestro camino sin los componentes que tú bien citas, aderezados de vez en cuando unas dosis de buen humor.
Un abrazo desde el País Vasco.