Al viajero a estas alturas le dará por hacer balance y escoger algún fotograma emocional que resuma sus vacaciones, algún recuerdo elocuente que dé sentido a todo este tiempo de ocio y será entonces cuando se acuerde del cine. Porque el viajero cuando allá por Julio era aún un hombre sedentario fue con su hijo y sus amigos (ya me los llevo yo -dijo una tarde al resto de progenitores) al cine.
De esa sesión en que se pusieron gafas de papel para ver en tres dimensiones el estreno de Toy Story no habrá imágenes. Habrá fotos de Doñana, de la playa de la Flecha; instantáneas de la Sierra de Aracena y hasta de las tres carabelas pero ni una sola de esos minutos que ahora le parecerán tan importantes, tan premonitorios porque los chavales se desenvolvieron como si él no estuviera; hubiera podido marcharse de la sala y nada habría ocurrido.
Echó de menos los tiempos de Nemo y de Chicken Little y comprendió que todos -también el cine- habían cambiado, se habían hecho mayores.