Una mañana el director del banco les pidió que con gran premura preparasen juntos un informe de riesgos sobre un cliente. A lo largo de ese intervalo de tiempo casi infinito, los círculos de ambos estuvieron en una intersección mágica que exhalaba una multitud de sentimientos largamente contenidos. A punto de terminar el encargo, un par de folios resbalaron hacia el suelo. Juan Carlos tras recogerlos, y a causa del nerviosismo por la cercana presencia de Cristina, su compañera, no calculó distancias y al incorporarse se pegó un gran golpe en la cabeza contra la esquina de la mesa. Un doloroso quejido, el gesto automático de llevarse la mano a la cabeza y un ligero mareo, que intentó controlar tras comprobar que la palma de su mano estaba inundada de sangre, llevó a que su compañera le agarrase del brazo. Inmediatamente le sugirió ir a los lavabos para valorar la magnitud del golpe. Por el corto camino, tembloroso y titubeando, le confesó que era muy cobarde. Ya enfrente del lavabo, ella le aconsejó que se quitase las gafas para proceder a lavarle la herida con abundante agua. Mientras Cristina procedía a ello, él se lamentaba que además estaba casi calvo. Tras comprobar que todo había sido un amplio rasponazo habiéndose llevado por delante bastante superficie de piel, su compañera le animó a mirarse para que se relajase al ver que lo ocurrido no había sido para tanto. Juan Carlos, enfrente del espejo y cada vez más angustiado, le dijo que era muy cegato y que sin gafas no veía casi nada. Se puso las gafas. Pudo comprobar que, a pesar de lo aparatoso del golpe, la secuela simplemente era una gran marca superficial por cuyos poros seguían brotando puntitos de sangre. Cristina acudió a por el botiquín de urgencia y procedió a desinfectarle con disolución iodada. Entonces ella le aseveró que, afortunadamente, había sido un incidente de poco alcance. Le miró y no le vio muy convencido. Le confesó que bastante tenía con sentir las miradas sobre él cuando viajaba en el metro por sus exageradas orejas de soplillo para que además ahora también le mirasen por la gran postilla que le iba a salir en medio de la calva. Ella, intentando tranquilizarle, le dijo que mirándole de frente apenas se le apreciaba. Juan Carlos, tan callado que había sido siempre, en esta ocasión parecía tener respuesta para todo ¿Pero tú no te has dado cuenta que somos muy bajos? ¡Todo el mundo va a poder ver mi herida desde las alturas! A Cristina le embargó un momento de gran ternura mezclado con esas sensaciones que había percibido en el estomago desde tiempo atrás cada vez que adivinaba la mirada de su compañero escondida tras sus gafas de gordos cristales. Consideró que aquel era el momento para hacer lo que tantas veces había imaginado. Se acercó a él y ambos se fundieron en un apasionado beso.
El amor es el deseo de estar al lado de la otra persona para olvidar las respectivas soledades, buscando en ella no quien es si no quien hemos imaginado haber encontrado y con el tiempo poder conseguir que el pálpito de ambos corazones confeccione la partitura de la melodía que se necesita para caminar con ritmo por el rumbo que nos va llevando la vida.
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Los tíos somos unos blandengues. Por algo se os encomendó a vosotras lo de la procreación y lo de dar el primer paso. Eso sí, nosotros llevamos virtualmente los pantalones.
ResponderEliminarBuen micro.
Un abrazo.
Tu relato demuestra, Alicia, que el amor se esconde en cualquier rincón y que surge cuando menos te lo esperas. Una historia tierna, desenfadada y con un punto de humor que me ha gustado.
ResponderEliminarFeliz domingo (o lo que queda de él).
Un abrazo.
Jose, no me gustan mucho las generalidades ni los encasillamientos ya que entre vosotros de todo hay. Respecto a lo de la procreación, acaso nos tocó por el azar ja,ja,ja. Aunque la verdad es que cada vez estoy más convencida de que el sexo masculino debe de tener algún gen que os lleva a tener el umbral del dolor bastante más bajo.
ResponderEliminarMe alegro que hayas llegado hasta el final, esta vez creo que me he pasado. Si sigo un poco más casi hago una novela ja.ja,ja.
Un abrazo.
Maribel, creo que la combinación de amor con humor es un buen cóctel que palía el dolor. Por otro lado, te he de decir que este relato jamás hubiese existido de no haber sido por ese punto de humor que te ha gustado.
ResponderEliminarFue un domingo pasado por agua pero feliz.
Un abrazo.
Hola Alicia, muy gráfico, lo estoy viendo y , ay!!
EliminarPobre Juan Carlos, hoy igual si que se ríe, pero el otro día...
Bueno nos quedaremos con la parte del humor y los buenos compañeros.
un placer trabajar en buena compañía.
Un abrazo
Arantza
Arantza, no te haces ni idea de la ilusión que me hace ver que encontraste el camino de llegada a esta pista helada pero con corazones templados. Bienvenida a La nieve, estás en tu iglú.
EliminarEn los textos es muy raro que no aparezca parte de la realidad de quien escribe. Unas veces es externa, como la parte más humorística de este relato. Otras veces es la interna, esa en la que el escritor entre lineas va descubriendo el alma sin casi percibirlo. Si a todo ello se le añade imaginación y tiempo, se puede intentar hacer un buen relato. Mis compañeros de camino, con libros ya en el mercado, son mucho más expertos en la materia y lo contarían de forma más profesional ja.ja.ja.
El placer es mío por haber tenido la suerte de que te hayas cruzado en mi vida.
Un abrazo.
Alicia no cabe duda de que en cualquier momento los golpes pueden acabar con la inhibición.
ResponderEliminarEl arrojo no tiene horario.
Abrazos al tipo de cambio.
Sergio, acaso a veces se necesiten desencadenantes para expresar una emoción en forma de amor, amistad, arte,...Y sin niguna duda, no hay horario para ello.
ResponderEliminarAbrazos hasta Oporto.
Buen relato, compañera.
ResponderEliminarY, sobre todo, muy personal. Creo que a los profes, se nos escapan trazos de tiza sin darnos cuenta. Hablamos y escribimos didácticamente: contamos los hechos en progresión, especificamos: "procedió a desinfectarle con solución iodada".
Un besazo.
Aster, me alegro que te haya gustado. Al final, a ver si voy a tener mi propio estilo... Es cierto lo que dices de que en nuestro devenir se nos suele notar mucho que consumimos tiza, mi hijos me lo repiten muchas veces ja,ja,ja.
EliminarUn abrazo.
Yo he tenido mucha suerte, la partitura sigue aumentando los compases a ritmos distintos, da igual binarios como hemos sido muchos años, como cuaternarios que somos ahora con los dos peques. Un beso y un café.
ResponderEliminarPues me alegro que la melodía siga sonando. Disfrutad de los peques, crecen a un ritmo vertiginoso, te lo aseguro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pobre Juan Carlos… Me ha dolido hasta a mí :-) Pero no hay mal que por bien no venga. Ahora ya ha encontrado a alguien que le de otra prospectiva de la vida, más alegre, más autentica.
ResponderEliminarBuen relato, Alicia, con un buen ritmo y muy visual. Felicidades.
Besos y abrazos.
Gracias Mari Carmen. Me alegro que casi se vea como yo lo vi.
ResponderEliminarUn abrazo