DE INCOGNITO
Desde que
murió la abuela, la víspera del día de los difuntos se había convertido casi en
una pesadilla. Como todos los años, los nietos estábamos dispuestos a cumplir
con el ritual. Se trataba de ponerle unas flores en aquel lugar que recogía sus
restos desde que la muerte apareció para llevársela definitivamente de nuestro
lado. Así que allí estábamos de nuevo, frente a aquella valla metálica que cada
año nos parecía más inescrutable. El más fuerte y alto de los nietos se situó,
a modo de primer escalón, con la intención de aupar al segundo de ellos sobre
sus hombros. Hecha la torre, me ayudaron a mí y a mi hermano más pequeño a
cruzar al otro lado. Las flores, crisantemos y dalias multicolores, iban colocadas
de la mejor manera posible en nuestras mochilas. El cariño que aún manteníamos
por su recuerdo era mucho más fácil de transportar. Por un lado, se trataba de
que no se nos viese. Para ello vestíamos de oscuro y rezábamos para que un
cielo nublado ocultase a esa luna, curiosa por ser testigo del momento. Por otro lado, teníamos que
evitar hacer ruido. Ni un gesto de miedo, ni una risa nerviosa, ni un
comentario. Como siempre, procedimos a desplazarnos a la carrera. Jadeando,
llegamos los cuatro a lo que para nosotros era como un santuario. La señal era aquel
arbusto de hoja perenne. Con todo cariño, depositamos las flores y comenzamos
el retorno. Por delante, la ardua tarea de volver a saltar la valla sin ser
descubiertos. A lo lejos, de ronda, la sombra del guarda jurado de turno. Cualquiera
le explicaba que esa era la campa próxima al pantano que, varios años después de depositar allí las
cenizas de nuestra abuela, había pasado a formar parte del nuevo campo de golf.
De nuevo, Teresa Cameselle nos acoge desde su blog para participar en la quinta edición del HALLOBLOGWEEN, una forma terroríficamente divertida de disfrutar de la creatividad de otros compañeros con respecto a los diversos temas que giran en torno a la fecha del Día de los Difuntos. Más información AQUÍ.
El cariño no sabe de fronteras ni de vallas metálicas por altas que estas sean. Ante una lamentable adversidad, el tesón y la determinación de aquellos que la siguen queriendo.
ResponderEliminarUn hermoso relato, alejado de las truculencias a las que Halloween se presta.
Un saludo.
Efectivamente Pepe. Aunque lleguemos a pensar que cuando alguien muere todo se acaba, bien sabemos que eso no es cierto. Entonces comienza otra etapa, aquella en la que nos vamos dando cuenta la de cosas que nos enseñó antes de irse de nuestro lado. Seguro que esa abuela para sus nietos fue todo un ejemplo de superación.
EliminarPepe, ha sido un verdadero placer volver a encontrarte gracias a Teresa.
Un abrazo.
Hermoso y, a la vez, triste. Por suerte, la transformación del espacio no altera el amor que, persistente, volverá seguro el próximo año a traspasar cualquier tipo de impedimento.
ResponderEliminarUn abrazo, Alicia.
María José. yo creo que es hermoso el hecho de que tuviese tiempo de disfrutar de sus nietos-y acaso de algún biznieto-de tal forma que aún retengan el recuerdo y el cariño por ella. Tras sobreponerse a la muerte es lo que queda si anteriormente hubo buen caldo de cultivo a nivel familiar.
EliminarMe alegro que tu también te hayas sumado a esta convocatoria.
Un abrazo.
Entrañable relato, Alicia, que deja constancia de que, cuando hablamos de muerte, también sabemos mostrar el cariño y el respeto hacia los que quisimos y se fueron. No importa tanto el lugar donde se depositaran sus cenizas, el último lugar que habitan es nuestro corazón.
ResponderEliminarUn abrazo.
Maribel, como bien dices, los que se fueron permanecen entre nosotros, de alguna manera, si se mantienen vivos en nuestro recuerdo.
EliminarUn abrazo.
Sí, muy entrañable y dulce la odisea de los nietos por honrar el recuerdo de la abuelita. Y que al final fuera un campo de golf, pues lo enlazo con aquello de la destrucción de los lugares sagrados, y digo sagrados y digo bien...pues lo son para quienes han depositado en ellos vivencias de todo tipo, incluidas las cenizas de un ser querido.
ResponderEliminarUn beso
Gracias Valaf. Seguro que el entorno del pantano no lo han alterado para hacer las pistas del campo de golf. Claro, el problema es la accesibilidad. Siempre les quedaría de mayores hacerse socios y el Día de Todos los Santos ir a jugar.
EliminarUn abrazo.
De incógnito, así llevamos el cariño por los que se fueron. Sus gestos, sus frases, algunas de sus historias, han quedado prendidas en nosotros. Tu relato es un soplo de esperanza en estos tiempos tan fríos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jose, se trata de no dejar que tengamos una piedra en vez de corazón. La abuela tenía un corazón muy. pero que muy, grande. Me da la impresión de que los nietos también. Ojalá no se les endurezca.
EliminarUn abrazo.
No es un mal lugar para que descansen unas cenizas. Si es que los familiares pueden llegar, por supuesto.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarCompañero, la verdad, es que pensándolo bien no es lo peor que hubiese podido pasar. Todo el campo de golf verde y en medio el pantano como fuente de agua manteniendo su entorno natural. Imagínate si con la especulación urbanística llegan ha hacer viviendas.
EliminarUn abrazo.
Una historia tierna, en la cuál el cariño puede más que una valla. Nada los detiene a la hora de llevar una flor, respeto y homenaje.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Sindel. Mucho de esa historia es cierto.
EliminarUn abrazo.
Un lugar bonito para la eternidad. Ese árbol siempre verde que era parte de la abuela.
ResponderEliminarBesos.
Al menos un lugar no al uso, aunque inaccesible. Claro que de poco no dura una eternidad.
EliminarUn abrazo, Leonor.
Fundirse con la naturaleza al final de nuestra vida terrenal, hace que los sitios elegidos sean sagrados, para quienes en vida siguen queriendo al que se fue.
ResponderEliminarUn buen lugar eligió la abuela.
Besos con cariño.
Te puedo asegurar que el lugar, según se ve en la foto, es precioso. El pantano y su entorno se mantienen igual y en los alrededores están situados los hoyos del campo de golf. Seguro que la abuela recorrería con sus nietos esos lugares en más de una ocasión.
EliminarGracias Lucia.
Un abrazo.
El amor de esos nietos era y es inmenso, no solo no dejaron de cumplir con su ritual de llevarle las flores, sino que nada les impedía llegar hacia donde ella descansaba a pesar de los cambios del lugar. Francamente el final me terminó sorprendiendo, pensé que se trataba de un cementerio.
ResponderEliminarUn beso, Jime
Jime, esa era la intención. Que pareciese que iban a un cementerio. Ya que no fui capaz de imprimir miedo ni poneros carne de gallina con el relato, al menos que tuviese un pequeño factor sorpresa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Precioso. La muerte desde el punto de vista del amor de unos nietos. :)
ResponderEliminarGracias Menchu. Sé que en esta convocatoria se trataba de haceros pasar miedo, haceros temblar, conseguir que se os pusiera la carne de gallina, al menos un pálpito,..., en torno al tema de la muerte. Esta nos ha visitado hace poco y preferí dar un giro un poco más amable al tema. Eso no quita para haber disfrutado de buenas historias y buenos textos en el Halloblogween de este año.
ResponderEliminarUn abrazo.. .
¡Si es que ya no se respeta nada! Me ha gustado tu relato. Gracias por tu comentario en mi blog, y con tu permiso me instalo en tu espacio virtual, éste que nos acerca en la distancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Paco, gracias por la visita. Me complace que te haya gustado este entorno. Bienvenido a esta inmensidad nevada. Espero que pronto notes su calidez.
EliminarUn abrazo.
Me ha gustado el final. Muy original. Felicidades.
ResponderEliminarGracias, Fabián. Sí, creo que es lo más sorprendente del relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ja,ja,ja...me ha gustado mucho !
ResponderEliminarCharo, gracias por la lectura. Me alegro que te haya gustado.
EliminarUn abrazo.
Gracias, antes de nada, a Teresa, desde aquí, desde esta esquina de La Nube.
ResponderEliminarBuen relato, compañera. Yo diría, por la imagen, que te has inspirado en Meaztegi, el campo de golf de La Arboleda.
Intrépidos nietos.
Un abrazo,
Aster, efectivamente, se trata de el campo de glof de La Arboleda. Los nietos seguro que conocían todas las esquinas del entorno del pantano. Acaso hasta cogieron renacuajos en los pequeños charcos de los manantiales que lo abastecían e incluso ayudaron a la abuela en la labor de coger manzanillas
Eliminar¿Quién dijo imposible?
Un abrazo.
Cariñoso homenaje a la abuela, mereció la pena la excursión a ese campo santo lleno de hoyos.
ResponderEliminarGenial relato y un final irónico, excelente.
Besito.
Gracias Natalia por haberlo visto así. Sí, ciertamente es un homenaje a la abuela.
EliminarUn abrazo.
Saltar la valla bien mereció la pena, visitar a la abuela era lo importante.Un final genial el de tu relato. Me gustó visitarte y conocer tu blog, gracias a Teresa ha podido ser.
ResponderEliminarUn beso.
San, gracias por tu visita. Ya pasaste por aquí en ediciones anteriores del Halloblgween lo que pasa es que en esta ocasión nuestro compañero Aster, editor del blog, cambió el formato. Tras cinco ediciones, está claro que esta propuesta de Teresa Cameselle ya ha calado ondo en bastantes de nosotros por lo que somos asiduos a su convocatoria. También me gustó volver de nuevo a tu blog.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mis recuerdos flotan en el aire al ver la foto y el relato. No creo que la abuela Martina se aburra mucho por esos andurriales, ahora más adaptados al deporte y al tráfico.
ResponderEliminarY no me parece que sea la única que seguira cosechando manzanilla, cortándo la flor, no arrancándola, como las setas. Seguro que Filo, Carmen, Emilia -la cojones-, Mari -la "Rubia"- y otras... practican esa competición, sana, que se traían entre ellas a la hora de llenar las bolsas.
Un beso.
Martín, me has hecho recordar también a doña Josefa. Que, aunque subía menos veces con ellas, también se recorrió esos lugares que para nosotros ya serán para siempre mágicos.
ResponderEliminarBesos.