Primero, tímidamente; luego, con una decisión inquietante.
En mi interior -da miedo pensarlo- se esconde todo un revolucionario.
En fin.
Lo que caracteriza al haiku y lo distancia de otras formas poéticas es su contenido. Un haiku trata de describir de forma muy breve una escena, vista o imaginada.
El hombre se dispone a bajar la basura como todas las noches. En la bolsa lleva embutido el jueves, diecisiete de Marzo. En su fondo, las cáscaras de naranja, los posos del café; en su cima, el botellín de cerveza con que ha acompañado la cena.
Se agacha para cerrar la bolsa y le llega el olor dulzón de los desechos: el jueves comienza a pudrirse. El plástico, además, debe tener algún agujero por el que el pobre jueves se desangra. El hombre corre a la calle y, al arrojarlo al contenedor, respira aliviado.
Se despierta la mañana del viernes, coloca una nueva bolsa y va arrojando en ella las cáscaras de naranja.
Se detiene un instante, pensativo, con la última peladura en la mano.
En fin.
¿Qué es lo que queréis cerrar? –nos preguntó el muchacho de la ferretería y no supimos qué responderle. Nos llevamos uno dorado; parecía sólido y seguro.
Han pasado los años. El candado se oxidó y aquel joven dependiente es ahora un cuarentón calvo y obeso.
¿Qué es lo que quiere -me ha hecho tanto daño ese usted...- cortar? –me ha preguntado receloso cuando le he pedido, bajando la voz, una cizalla.
Cada vez que ella rebuscaba en su bolso en pos, por ejemplo, de las llaves y en ese trasiego sacaba de su interior un fajo de billetes de quinientos euros, una llave inglesa, un azulejo o una pelota de tenis y apoyaba esos objetos sobre la mesa, yo fingía –la quiero tanto- no haber visto nada.
La rutina convirtió lo más insólito en cotidiano y si buscando, por ejemplo, la agenda se le cae al suelo una navaja de muelles o unos prismáticos, me limito a recogérselos y continuamos haciendo planes para el sábado o acordando la lista de la compra; seguimos besándonos mientras ella vuelve a guardar el zapato de caballero, el cable euroconector o el limpiaparabrisas de un Ford Mondeo.
No tiene ningún sentido después de tanto tiempo perder los papeles para averiguar de dónde coño ha salido ese animal que, buscando un preservativo, ha dejado sobre la colcha.
Es un cangrejo– me ha tranquilizado mientras el crustáceo corre a refugiarse bajo la almohada.
¿De río? –he balbuceado mordisqueándole el pezón derecho.
En fin.